El peor error de mi vida

Capítulo 1: Mi historia.
Estaba frente a la hoja, dejé tres preguntas sin contestar, mi ansia por saber mi futuro me mataba. Era la séptima vez que me presentaba al examen de conducir, todas las anteriores fallidas, pero esta vez todo parecía distinto, esta vez marcaría una parte fundamental de mi vida.
Días después, me acerqué  al tablón de anuncios,  eso parecía una batalla campal, dos discutían cuando yo intentaba pasar entre la gente. Cuando llegué al tablón había pasado demasiado tiempo, los que antes discutían se habían multiplicado por dos infinitamente, tardé en encontrar mi nombre, no me lo podía creer, otra vez no, volví a suspender.
Yo quería sacarme el carné antes de que mi hermana pequeña cumpliese los 18 años, pues solo nos llevábamos cinco. Yo soñaba con llevarla en coche como mi hermano hacía conmigo, escuchando canciones de El Barrio mientras hablábamos o discutíamos. Pero eso ya era imposible pues me habían encarcelado, por un motivo que no explicaré ahora, y hasta dentro de 20 años no podría salir. Mi hermana dentro de veinte años tendrá  unos 37.
Capítulo 2: Recuerdos.
Estaba en casa, con trece años de edad, metido al ordenador cantando locamente, como cada tarde. Mi hermano entró a casa alterado, pues había estado llamando un buen rato, me dijo que si iba con él a Guriezo. Me vestí rápidamente y bajé tan rápido que casi me caigo por las escaleras, subí al coche, un Kalos rojo. En el camino estábamos buscando una canción en el disco de El barrio; cuando la encontramos ya estábamos en la autopista, no había mucho que contar pues solo se veía la carretera gris, arbustos y coches. Miraba por la ventana, solamente veía unas casas y verde, mucho verde. Llegamos a nuestro destino, mi hermano dio tres golpes a la puerta y su amigo abrió desde dentro. Se hallaba todo cubierto de polvo, fuimos a la parte trasera de la casa, un amplio jardín invadía ese espacio, a la derecha se veían una vallas de metal, al principio creía que eran las vallas para las ocas que se hallaban en el campo, pero al acercarnos se veían gallinas, con lo cual era un gallinero. Volvimos dentro y subimos a la parte superior para ver la incubadora. Allí arriba era todo más limpio, en la pequeña incubadora estaba encerrado un pollito nacido el día anterior. El pollito tenía color entre amarillo y marrón, tenía los ojos muy cerrados, parecía ciego y tenía las patas muy cortas.
Fuimos a tomar algo y luego nos fuimos a casa. Por la autovía solo se veían las luces de los coches, solo podía contarlos y clasificarlos por colores. Entrando a Santoña miraba hacia el  frente el muelle, cuando pasé íbamos hacia Berria pues el lago cristalino donde se reflejaba la luna llena era lo único a la vista humana, aparte de la carretera iluminada por las luces del coche. Llegamos al muro que rodeaba el penal de El Dueso, la mayor parte era un gran muro pero había una zona con verjas rojizas, parecían estar roñosas vistas desde el coche. A lo lejos se veía un mar tan luminoso que se veía en una noche de luna llena. Su luz alumbraba el camino, llegamos a unos chalets color salmón, antes de llegar allí se veían muchos chalets y algún que otro hotel o restaurante. Allí dejamos al amigo de mi hermano. Después fuimos dirección a Argoños, volviendo dando una vuelta con el coche. Mi hermano aparcó cerca de mi portal subimos a casa, cené y me puse a leer. Pues en este viaje supe que quería llevar en coche a mi hermana pequeña.
Capítulo 3: A la cárcel.
Cuando volví a casa después del desastre del suspenso pensé: ya he hecho muchas veces el examen de conducir. Así que imaginé que  ya sabría conducir, cogí el coche de mi madre, ese Kalos rojo que conducía mí hermano en sus viajes, mi madre no sabía que lo había cogido. Recorrí la calle principal parando en la gasolinera para repostar. Me dispuse a salir por los puentes, con tan mala suerte de que había un control de alcoholemia; como me pidieron el carné, salí pitando hacía Cicero girando en dirección a Santander, en la autovía hubo un accidente, me retrasé yo pero ellos conmigo, los tenía en el faro de atrás, pues era como una película, estaba perseguido por la policía. Todos los coches se habían parado para observar la persecución, dejando el final de la autovía cortado, así que salté por la ventanilla al capo del coche de delante, corté las cuerdas de un camión maderero formando una rampa de troncos, salté de nuevo cayendo dentro del coche. Se había roto el tubo de la gasolina, así que volé por los aires por encina de los troncos y eché un mechero al aire, encendido por supuesto, pues al hacer contacto con la gasolina que se derramaba aún por debajo del coche rojo, provocó que los coches policiales  y los de alrededor volasen como si de una bomba nuclear se tratase. Cuando pasé el túnel que hacía de entrada a la zona de Astillero, los policías acorralaron el perímetro, donde me dispuse a entregarme.
En el juzgado, el veredicto fue culpable, 5 años de conducción temeraria y otros 15 por muertes provocadas. Estaba perdido. ¿Cuál llegaría a ser mi destino?
Capítulo 4: Ya estoy dentro
Acto seguido  del veredicto del juez, dos guardias, uno con la piel rolliza y el otro flaco y larguirucho, me agarraron por los brazos tirando, como si de una soga se tratase, arrastrando los pies para retrasar el encarcelamiento y luchando con todas mis fuerzas para escaparme de esos dos personajes. Me echaron a la parte trasera de una furgoneta vieja, sucia y gris, los dos guardias subieron a la parte trasera. ¿Cuántos criminales se habrían sentado ahí? Esta arrancó y tras media hora atado de pies y manos, la furgoneta se paró definitivamente, los guardias me agarraron y entramos a un edificio, donde me dieron el típico mono naranja y el pijama reglamentario. Los dos guardas se marcharon y el hombre que estaba allí me mandó quitarme la ropa, me la quite despacio y avergonzado, me dieron un manguerazo y  el frío agua recorría mis venas. Tras la “primera ducha” me mandaron ponerme el mono naranja, y me explicaron que el naranja es el mono de trabajo, la ropa que yo había llevado servía para los ratos libres y las comidas; el pijama, para dormir. Me asignaron la celda número 23. Mi compañero dormía en la litera de arriba, tenía cara de pocos amigos y era alto y robusto, como un armario ropero. Un instante después de mirarlo a los ojos, me preguntó que por qué motivo me habían encarcelado, y le conté la historia, desde los siete exámenes de conducir hasta la persecución. El me contó que le tendieron una trampa y llevaba 5 años allí metido, que pasado mañana le soltarían y que realizaría su venganza esperada con ansia y ganas. Momentos después yo cerré los ojos y me sumergí en un profundo sueño.
Capítulo 5: ¡Qué raro es esto!
Me desperté aturdido y cansado, no había nadie en la celda ni en los pasillos de fuera. Mi jaula estaba abierta. Muy raro me parecía, me marché de la celda y fui hacia el comedor, desértico e inhóspito. Entré en la cocina y ni las cocineras estaban allí. Marché en busca de mi neceser, agarré el champú y di la vuelta camino a los baños. A la llegada no encontré a nadie, bueno sí, un par de ratas. Me duché, dejé el neceser en mi celda y paseé por la prisión. Solo ratas y más ratas. Qué raro, si no hay ningún lugar por donde puedan entrar. Una rata asustada por mis pasos, bueno todas, pero es la única que volví a ver en un rato, bueno, esta rata seguía asustada e intentaba escabullirse por la entrada secreta. Tras unos 20 minutos persiguiéndola, se escabulló por un matorral que estaba pegado al muro, estuve mirando y ahí, ahí estaba la entrada secreta. Me metí dentro a ver adónde llevaba. De repente las voces de los guardias resonaron a lo largo del tubo, instantes después el tubo cayó encima de mi. Me asfixiaba, no podía coger aire, mis huesos se machacaban cuando…
Desperté en mi celda de nuevo, los guardas daban la voz de alarma, todos los presos gritaban, no me enteré de nada hasta que me dije ¿Dónde esta mi compañero? Ese hombre con cara de pocos amigos, grueso y robusto. Lo del túnel era todo un sueño, mi compañero se escapó un día antes de su liberación. ¿Habrá cumplido su venganza? ¿El verdadero culpable del crimen estaba en esta misma prisión? No entendía nada. Esperé una hora y media más para ir a desayunar una magdalena rancia y leche fría con supuesto “cacao” o un café frío, a elegir.
Capitulo 6: Venganza cumplida
Tras el desayuno me fui a por mi neceser y marché a la ducha. No había nadie, parecida a la ducha del sueño, se oían ruidos, por si acaso, me pellizqué. Esta vez no estaba soñando. Los ruidos seguían, continué el camino de las ondas y en menos que canta un gallo, una mano tapó mi boca y me metió en un pasadizo oculto. Era mi compañero, llevaba su mono naranja y llevaba varios días sin afeitarse. Me contó que ya había cumplido su venganza y que no quería pagar por su crimen y el que no cometió, quería escaparse y necesitaba mi ayuda. Ideamos un plan, a la hora de la comida quedábamos allí, durante un mes le llevaba restos de la comida, una que otra magdalena rancia, mantequilla, algún mendrugo de pan, un filete medio crudo, etc.. Con la barba que tenía parecía la representación de Jesús de Nazaret. Teníamos ya casi todo el túnel hecho. Pero necesitábamos una distracción para la escapada final. Un día en la comida, dejé una cuchara con un puré blanquecino, azulado, amarillento…bueno, multicolor. Todo calculado, uno daría con el codo el borde de la cuchara y el puré caería encima de otro preso, recreando una batalla de comida. Mientras eso sucedía, yo estaba acabando el túnel.
Una fina capa de pared bajo unos arbustos separaba a mi compañero de su libertad. Se oían ya cómo corrían los guardias, más aprisa que en los San Fermines. Tiramos la fina capa que quedaba y mi compañero se escapó. Los policías estaban vigilando todos los lugares así que pasé varias horas metido en el túnel. Llegué a la cena de milagro, cené unas patatas bañadas en grasas saturadas con un pescado asqueroso con salsa verde; la salsa más espesa que el pescado. Marché a la cama y me ahogué en un sueño profundo.
Capitulo 7:  Pasando el tiempo
Tras la escapada de mi antiguo compañero, un nuevo recluso invadía mi celda. Se llamaba Roberto, era calvo y bajito.  Roberto estaba perdido por la cárcel. Mientras yo seguía pensando y pensando en cómo esquivar el reconocimiento médico, intentaban capturar a la persona que ayudó a mi antiguo compañero a escapar  por el pequeño túnel, que por cierto encontraron. Aparte del reconocimiento, buscaban pruebas por las celdas del largo pasillo gris y triste.
Miguel Rueda, preso número 1623, escuchaba a lo lejos. Yo haciendo como que no oía nada, seguí andando cuando de pronto un guardia me corto el pasó y me llevó con poco cariño hasta la sala médica. Allí me hicieron las pruebas. El túnel ya no estaba vigilado, pues lo descubrieron un año después de que Roberto llegase a mi celda. Bueno en ese año Roberto se suicido por los ataques que recibía por parte  de pandillas enemigas.
Bueno, las pruebas las hicieron un año después de que llegase Roberto. Cuando salí de las pruebas recogí todas mis pertenencias y con sigilo fui en busca del pequeño agujero.
Estaban llenándolo de hormigón después de la intensa vigilancia de los guardias y búsqueda de rastros. Las obras habían empezado ese mismo día, y como cuando llegué a las duchas no había nadie empecé a tirar la pared con un pequeño cuchillo de metal que conseguí recoger de la cocina. Un pequeño hueco por el cual entraba muy pero que muy justo abrí en la pared, continué por el camino estrecho y espera una voz de alarma. Pues dejé un paquete de cigarrillos en el suelo y los presos esperaron a pegarse cuando todo se concentraba en ellos como el foco de un teatro en el protagonista de la obra de este género. Marché a toda prisa a una vieja furgoneta con un antiguo compañero a quien dieron la condicional.
Capitulo 8: El golpe final
La vieja furgoneta abandonada chirriaba como una carretilla de un aldeano. Llegamos a un campo chafado y envolvimos la furgoneta en gasolina, al instante una cerilla, unas llamas que llevaron a una eclosión del motor. Varios kilómetros después, recorridos andando y ya vestido con ropa normal. Llegamos al siguiente punto de control, donde nos esperaba un coche rojo en el parking de un supermercado. Entramos en el coche y de allí marchamos al aeropuerto, ya tenía los billetes para Cuba donde me esperaba mi antiguo compañero de celda, la celda número 23. Aquel hombre alto y grueso que cumplió su venganza y escapó de la misma forma que hice yo.
Capitulo 9: Error de avión
Cuando ya esperaba con una maleta que contenía 4 pares de calcetines, tres camisetas, 3 pares de calzoncillos y un par de pantalones. Todo se complicó, pues solo quedaban 5 minutos para el despegue de el avión que me correspondía, pero varios guardias buscaban por toda la carretera de despegue, subí al avión sofocado y cuando los guardias llegaron para subir, el avión empezó a andar y los dejamos atrás. Despegamos y cerré los ojos hundiéndome en un suspiro que me reconfortó. Este suspiro llevó a un bostezo, el bostezo a cerrar los ojos y de allí a meterme en el séptimo sueño.
Capitulo 10: Cuba, tierra de playas
Ya avisando para aterrizar, me até el  cinturón y escuché las pautas que daban las azafatas. Ya tocando suelo busqué con la mirada a mi antiguo compañero, salimos a toda prisa, enfrente del aeropuerto había una playa preciosa. Montamos en un coche descapotable y allí conversamos sobre el delito que no cometió, y me dijo su nombre. Se llamaba Fernando, pero prefería Fernan. Cuando paró el coche llegamos a una pequeña casita donde me alojé durante un tiempo, conseguí trabajo de repartidor y entre Fernan y yo nos compramos un chalecito cerca de la playa que se veía desde el aeropuerto. Así me labré una nueva vida, carteándome con mi familia, que a veces venían de visita.

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